Un sentimiento es un estado del ánimo que se produce por causas
que lo impresionan, y
éstas pueden ser alegres y felices, o dolorosas y tristes. El sentimiento surge
como resultado de una emoción que permite que el sujeto sea conciente de su estado
anímico.
Los
sentimientos están vinculados a la dinámica cerebral y determinan cómo una persona reacciona
ante distintos eventos. Se trata de impulsos de la sensibilidad hacia aquello
imaginado como positivo o negativo.
En
otras palabras, los sentimientos son emociones conceptualizadas que determinan el
estado de ánimo. Cuando éstos son
sanos, es posible alcanzar la felicidad y conseguir que la dinámica cerebral
fluya con normalidad. En el caso contrario, se experimenta un desequilibrio
emocional que puede derivar en el surgimiento de trastornos tales como la depresión.
Los
cambios en las cargas emocionales determinan las características de los sentimientos. Las emociones pueden ser breves
en el tiempo, pero generar sentimientos que subsistan a lo largo de los años.
Básicamente,
los sentimientos se clasifican en positivos (cuando promueven las buenas obras) y negativos (si fomentan las malas acciones). Es común, asimismo,
que se recomiende luchar contra estos últimos para alcanzar la paz interior.
Buenos o malos, sin embargo, ambos grupos comparten la imposibilidad de ser
transmitidos con precisión.
Esta
división de los sentimientos según parámetros de la moral y
la ética resulta muy inestable, ya que varía considerablemente dependiendo de
los ojos que la miran. La lucha por entender el bien y el mal es probablemente
el legado más antiguo que acarreamos como especie; nadie en su sano juicio se
atrevería a admitir públicamente que hace el mal a los demás, así como muy
pocas personas se privarían de gritar a los cuatro vientos que ayuda a los
desfavorecidos.
Pero,
¿cómo saber si un sentimiento es positivo o negativo? Basándonos en los
ejemplos más populares, podemos decir que desear la muerte a
alguien es malo, mientras que alegrarnos por el nacimiento de un bebé sano es
bueno. Si aceptamos la veracidad de estas declaraciones, entonces surge una
grave contradicción entre dichos principios y algunas situaciones muy
particulares, ésas que nos obligan a cuestionarnos nuestros principios.
Cuando
un niño es maltratado por un mayor, se crea en él un odio que, en muchos casos,
lo lleva a desear con todas sus fuerzas que su agresor muera. Claro está que no
se trata de pensamientos alegres o constructivos, y que siempre es preferible
trabajar para canalizar la ira de manera sana, pero sin duda resulta difícil
calificar de la misma forma los sentimientos de una víctima hacia su abusador
que la envidia de
alguien por el coche de su vecino.
Esto
nos lleva a una clasificación más compleja, que intenta ahondar en las razones
que dan origen a los sentimientos, para determinar, de alguna forma, si son
justificables. A pesar de todos los estudios que puedan realizarse acerca de la
sensibilidad humana, se trata de un terreno que parece imposible de dominar,
especialmente cuando entran en juego, por ejemplo, el amor,
el odio, la frustración y la pasión.
Con
respecto a los sentimientos de la gente hacia la infancia, es difícil encontrar
un par de ojos que no se iluminen ante la noticia de un embarazo, o al ver la sonrisa inocente
de un niño. Sin embargo, esta alegría que la mayoría siente al pensar en un
nacimiento no parece hacer caso a ciertas problemáticas muy relacionadas con la
procreación humana, tales como la sobrepoblación y la pobreza, dependiendo del
caso.
Entristecerse
por ver a una mujer embarazada no necesariamente significa odiar la vida;
al contrario, si se trata de una persona sin recursos, o que sufre de una
enfermedad terminal o bien que fue víctima de una violación, la decepción ante
tal cuadro podría ser la forma más positiva y productiva de reaccionar, la más
generosa para con la criatura que se gesta en su vientre.
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